En una sociedad donde la modestia se confunde con complacer a los demás, las mujeres que se permiten ser atrevidas —en emociones, estilo, sueños— a veces incomodan.
En una sociedad donde la modestia se confunde con complacer a los demás, las mujeres que se permiten ser atrevidas —en emociones, estilo, sueños— a veces incomodan. Pero es hora de cambiar el enfoque. Brillar no es egoísmo. Es autenticidad.
Cuando decimos “una mujer brillante”, no solo hablamos de ropa colorida o maquillaje. Es el brillo en los ojos, la seguridad en la voz, la risa sincera, la capacidad de inspirar con una conversación. Brillar es dejar salir tu energía verdadera.
Muchas escuchamos de niñas: “No llames la atención”, “Sé más tranquila”, “No te hagas la importante”. Esas ideas persisten en la adultez. Pero querer ser vista, admirada y reconocida no es debilidad —es poder. Tu brillo es tu voz en el mundo.
Compararnos nos hace minimizar nuestro valor. Pero cada mujer es única. Si eres ruidosa, es un don. Si amas los vestidos llamativos, es tu libertad. No tienes que parecerte a nadie. Solo tienes que ser tú misma.
Usa un accesorio llamativo con orgullo.
Escribe tus fortalezas y colócalas en el espejo.
Acepta halagos sin incomodidad.
Atrévete a hacer algo nuevo: bailar, hablar en público, maquillaje atrevido.
Al permitirte brillar, das permiso a otras mujeres para hacer lo mismo. Tu energía puede sacar a otras del silencio. Ser brillante no es vergonzoso. Es amor propio —y una inspiración hermosa.
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