La soledad no es una condena. A veces incluso es maravillosa. Puedes poner un jarrón con flores donde te dé la gana, cantar en la ducha “All by myself” sin una pizca de ironía y dormir atravesada en la cama como si fueras la dueña del universo. Pero este mundo donde todo está bajo tu control también tiene su lado oscuro. Divertido, absurdo y, a veces, un poco triste.
La soledad no es una condena. A veces incluso es maravillosa. Puedes poner un jarrón con flores donde te dé la gana, cantar en la ducha “All by myself” sin una pizca de ironía y dormir atravesada en la cama como si fueras la dueña del universo. Pero este mundo donde todo está bajo tu control también tiene su lado oscuro. Divertido, absurdo y, a veces, un poco triste.
Aquí tienes diez de esos inconvenientes, comprobados por mí misma.
Cuando vives sola y no sabes si la sopa sigue buena, es casi una tragedia filosófica. La hueles —parece bien—, la pruebas —ya dudas—. Y no hay nadie al lado que diga: “Tira eso ahora mismo”. Sin un “compañero de nevera”, solo puedes confiar en el destino y en tu sistema inmunitario.
¿Conoces ese momento en el que hay diez tipos de pasta en la estantería y solo necesitas una? Y te bloqueas. Si hay alguien contigo, al menos puedes preguntar: “¿Esta o aquella?” —y todo se vuelve más fácil. Pero cuando estás sola, puedes quedarte atrapada entre el “lo quiero” y el “no estoy segura”.
Hay bromas que solo hacen gracia a ti y a tu persona. Cuando estás sola, se las cuentas a ti misma. Te ríes, claro, pero no sabe igual. Porque la verdadera risa nace en esa mirada compartida y en el “¿lo entendiste, verdad?”.
Clásico: se te resbala el vaso, todo son pedacitos de cristal. Y ahí estás, de puntillas, como en un campo minado. Una segunda pareja de manos no vendría mal. Especialmente una que te trajera las zapatillas y el aspirador.
Con amigos puedes pedir tres platos y compartir. Con tu pareja, es toda una fiesta gastronómica. Pero sola tienes que elegir entre el sabor y el dinero. Porque pedir “un poco de todo” para una persona duele —económica y emocionalmente.
Incluso la más fuerte e independiente necesita a veces que alguien le diga: “Vamos a dar una vuelta”. Cuando estás sola, puedes planear esa salida durante semanas… y no salir jamás. Pero cuando hay dos, se convierte en un acto de cariño y apoyo —sin necesidad de palabras.
A veces basta con una frase: “Lo vas a lograr”. Y de pronto se enciende una luz interior. Pero cuando no escuchas esas palabras, empiezas a dudar incluso de lo evidente. Todos queremos tener a alguien al lado que nos recuerde: eres maravillosa y capaz de todo.
Hay algo mágico en salir a la zona de llegadas y ver a la persona que te estaba esperando. Cuando ese momento no existe, el mundo parece un poco más frío. No hay sensación más solitaria que arrastrar la maleta entre gente sonriente que abraza a otros.
Correr bajo la lluvia, cantar a gritos en la calle, reírse por alguna tontería —todo eso es mucho más divertido cuando hay alguien que entiende por qué te ríes. Cuando estás sola, claro que puedes hacerlo también, pero sin público ni cómplice, la aventura pierde un poco de sabor.
Él cree que duermes, pero aun así te besa cada mañana antes de irse. Y tú, sin abrir los ojos, sonríes. Porque un día que empieza con ese gesto no puede ser malo. Sin él, la mañana también puede ser buena, pero un poco vacía.

Este sitio utiliza cookies para ofrecerte una mejor experiencia de navegación. Al navegar por este sitio web, aceptas el uso de cookies.